McQueen nunca perdió su fascinación por interpretar el clasicismo inglés con ironía y un punto de rabia desclasada. Supo transformar con maestría la moda en un elemento dramático y hacer de sus desfiles acontecimientos teatrales donde la puesta en escena iba más allá de lo espectacular y en los que el diseñador siempre dejó muy claro que su concepto de la moda sobrepasaba lo comercial o lo vendible. Avisaba que albergaba peores intenciones. Una necesidad de seguirse burlando de un mundo establecido en el que no se sentía cómodo, y menos aun después de su paso por Givenchy como director creativo, una etapa de la que renegaría tiempo después.
McQueen nunca perdió su fascinación por interpretar el clasicismo inglés con ironía y un punto de rabia desclasada. Supo transformar con maestría la moda en un elemento dramático y hacer de sus desfiles acontecimientos teatrales donde la puesta en escena iba más allá de lo espectacular y en los que el diseñador siempre dejó muy claro que su concepto de la moda sobrepasaba lo comercial o lo vendible. Avisaba que albergaba peores intenciones. Una necesidad de seguirse burlando de un mundo establecido en el que no se sentía cómodo, y menos aun después de su paso por Givenchy como director creativo, una etapa de la que renegaría tiempo después.
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